Inspiration

sábado, 24 de enero de 2015

Hoy he leído que lo que duele no es el dolor.  Lo que duele es conocer un vivo menos, la ausencia y no saber volverlo a intentar. Y fueron de esas lecturas que de no ser por el desorden con el que me he levantado, no habría pensado que en cada frase mi nombre estaba escrito en un segundo plano. Pero lo cierto es que mi despertador hoy sonó diferente. Cómo de orgullosos pueden ser los que nos hayan dado este guion, que se niegan a reconocer que podemos cambiar de acto si a nosotros nos apetece; porque dejó de gustarme mi papel y ahora quiero interpretar uno de verdad. A lo que iba. Esto que me duele, esto que me lleva persiguiendo más días de los que me voy a permitir escribir, no es el dolor. Es esa sensación de que algo me falta. Y no es el aire. Tampoco es el tiempo; porque aunque desaparezca antes de que hayamos aprendido a disfrutarlo, siempre vendrán nuevos que nos enseñarán a caminar a su ritmo. No son las ganas. Y tampoco la ilusión.


Son los recuerdos. Eso me falta. Que estoy cansada de los mismos. Sin caducidad ni renovación. Nunca dejan de aparecer, pero ¿dónde pido cita para crear unos nuevos? Para tener más variedad, y no recurrir siempre a las mismas ayudas. Tantos que hasta incluso unos olvidan a otros; de esos que se van amontonando. Para un día revisarlos uno por uno, y sorprendernos con las sutilezas con las que nos divertíamos durante tantas horas. Al final, lo que nos queda de una relación, un viaje o una noche son los momentos. Y no de los que se capturan en fotos. Porque de estos recuerdos que te hablo, no hubo tiempo para enfocar. Ni si quiera llegamos a sacar la cámara del cajón, porque preferimos mantener la mente ocupada en absorbernos con la mirada. Y es que antes de decirte adiós quiero que nunca llegues a sentirte como yo. Quiero poner el último sello de tu pasaporte. Quiero ser la última canción que escuches en el mismo bar de los viernes, y el candado más desgastado de toda Holanda. 

Pero por encima de todo, quiero dejar de sentir esto que duele. Que no es dolor.

viernes, 9 de enero de 2015

Las revoluciones que surgen en la calle son las que menos duelen. Las guerras de fuego están para asustarnos, para evitar que los verdaderos terremotos arranquen vidas. Mi revolución, la tuya y la suya. La interna. La que provocamos con un choque de sentimientos. Las batallas anónimas, sin cargar con munición ni gastar gasolina en tanques, son las que duelen. Que aparecen de la nada, como una canción aleatoria. Inesperada. Cuando te hieren en el punto vulnerable más escondido; cuando no puedes ni hablar por miedo a reflejar tu debilidad en sus ojos de pena. Por miedo a que se dé cuenta de que te tiemblan los labios; y que tu sonrisa camufla una almohada empapada en lágrimas. Entretienes la defensa con telarañas, para evitar otro ataque. Para evitar volver a escuchar lo que por dentro de ti comienza a arder. Para alejar la idea de que el nombre más tecleado en tu ordenador, está a punto de cavar trincheras en los últimos capítulos de vuestra historia.


Llegué a llamarte caballero, soldado. Llegué a pensar que no tenía la cabeza como para hacerte creer que no me importabas. Que un día me tocaría reconocer. Y lo hago hoy. Seguramente ahora ni estarás pensando en qué será de mí. Qué me confunde y qué no me deja dormir. Qué hay de más en mi agenda para evitar pensar que no hay casualidades que se hayan interpuesto entre nuestros bandos. Fuimos nosotros y mi pequeña obsesión por siempre atormentar los sentimientos primerizos. Y que si no era amor, era vicio. Porque jamás una boca me hizo regresar tantas veces por un beso. Tantas y a oscuras. Entrelazando copas o sin ellas. Dentro o fuera. En las camas en llamas o en las vacías. Porque preferiste alegrarme el corazón y no la piel. Y porque ahora, la destruyes. Pero hasta los últimos bombardeos quedan reflejados. Por lo que un día compartimos.


A ti, te reconozco, que aunque nunca fuimos nada, siempre hubo algo entre nosotros. A ti, gracias por hacerme sentir que era capaz de volver a sentir