Inspiration

domingo, 27 de diciembre de 2015

Las casualidades nos dan aquello que nunca se nos hubiera ocurrido pedir. Los hallazgos más inesperados que, en ocasiones, marcan un antes y un después. Como si de repente todo comenzara a girar en una nueva dirección; o como si todo tuviera un poco más de sentido en este mundo acelerado y sin razón. Esa ha sido una de mis mayores lecciones de 2015: saber aprovechar esas pinceladas de casualidad, que sin darme cuenta, estaban preparándose para la mayor obra de arte expuesta en mi museo. 
Ha sido un año de limerencia total, de conocer nuevas personas y de saltar al vacío hacia próximos horizontes. Me he muerto de miedo y he tenido la valía de enfrentarme a todos los obstáculos que me ponía la lluvia. Me he enfadado, aunque en ocasiones fuera orgullo y no rabia; pero, sobre todo, me he reído. He llorado de la risa hasta que me doliera la barriga, y me ha dolido la barriga cuando él dibujaba una sonrisa en mí. He echado de menos y de más; y a los que se fueron marchando, traté de unirlos a mí con un lazo, para rememorar todo lo un día nos unió un país lejano.
Soy consciente de que 366 días dan para cambiarlo todo y dar un vuelco a mi vida. Que hoy estoy aquí, y mañana, no lo sé; qué decisión o qué casualidad me hará plantarle cara a mi rutina para cambiarla por algo diferente. Por eso, como siempre escribo en estos últimos días del año, y como ya dijo Paulo Coelho, "quiero creer que voy a mirar este nuevo año como si fuese la primera vez que desfilan 366 días ante mis ojos. Ver a las personas que me rodean con sorpresa y asombro, alegre por descubrir que están a mi lado compartiendo una cosa llamada amor, de lo que se habla mucho y se entiende poco [...] De esta forma, seguiré siendo lo que soy y lo que me gusta ser, una constante sorpresa para mí mismo."
Gracias a todos por estos 12 meses. No me caben los recuerdos entre las manos,,













¡F E L I Z   A Ñ O   2 0 1 6!

sábado, 7 de noviembre de 2015

If
tomorrow
never
comes

Ronan Keating me ha hecho reflexionar sobre estas cuatro palabras. Si mañana nunca llega. Si mañana se convierte en el siguiente paso inexistente, y solo me quedara hoy para decir todo lo que no te conté. Lo que la cobardía se comió a mediodía, o de lo que el miedo se aprovechó por la noche. No somos conscientes de la cantidad de cosas que nos callamos por dejarnos llevar por la aparente situación inapropiada de la que nos autoconvencemos. ¿Arderíamos en desesperación o estaríamos conformes? Yo sería de las que se quedan en el primer bando, porque hablo más veces en silencio que pronunciando palabras. De las que se quedan pero se levantan corriendo antes de que se agote el tiempo, y callarme ya no sea una opción, sino una imposición.

Si mañana no tengo la oportunidad de volver a elegir(te), te volvería a elegir. Si mañana nunca llega, me quedaría con las ganas de decirte que llenas mis ojos de pétalos, aun estando en pleno otoño. Si viviera cada día como si mañana nunca fuera a llegar, no estaría callada. Mis palabras querrían devorar cada sonrisa desconocida, se enamorarían de cualquier mirada en el metro y cantaría canciones para amantes sin futuro. Dedicaría más minutos al día a reconocer los detalles de los que visitan mi tempestad para convertirla en calma, de los que hacen planes para caminar junto a mí, y a los que ponen su hombro a pesar de estar a kilómetros de distancia. Pero sobre todo, llenaría tu vida de la única palabra que unifica todo lo que me falta por decirte:
G R A C I A S

Por hacerme pecar. Por esperarme. Por fracturar mi mandíbula a carcajadas. Por invertir mi tiempo, y convertirlo en una máquina valiosa de todo lo que me falta por hacer. Por derretir relojes a mi lado. Por mirarme de espaldas y sonreírme de frente. Por querer y por quererme. GRACIAS, por darme un motivo más para morirme de miedo if tomorrow never comes.

martes, 6 de octubre de 2015

Querer no es obligarse a conjugar el mismo verbo. No es condicionar las frases con el mismo complemento circunstancial de tiempo, ni hacer las mismas promesas. Querer no es cambiar tus puntos de vista. Es saber ver a través de sus ojos, sin quitarte tus gafas. Ni lo tuyo es tan tuyo, ni lo mío tan mío. Aceptar, respetar, entender. Compartir.

Compartir los minutos. Compartir las risas. Saber que ambos miran en la misma dirección, aunque en ocasiones tomen atajos diferentes. Compartir no es comer del mismo plato; es pedirse cada uno el suyo y partir a medias. Apostar por lo vuestro, sin tener que renunciar a lo tuyo propio. Compartir es estar juntos en los minutos de soledad, y no sentirte culpable porque el silencio se haya apoderado de la conversación.

Soledad no es lo mismo que estar solo. Uno puede estar solo rodeado de gente. Puedes recibir 50 WhatsApp en una misma mañana y no sentir absolutamente nada. Soledad es el sótano de un rascacielos cuando todos observan las vistas desde la terraza. Y estar solo, en ocasiones, es privilegio. Es el regalo de poder conversar contigo misma y de ser. Sin adjetivos añadidos.

Ser. Completamente tú. Es llorar delante de quien sea porque algo te hace daño. Es sentirte impotente porque te quedaste con ganas de confesión a alguien que ya no está. Y que no estará. Y reconocer sin batallas de orgullo que no siempre se gana. Que los perdedores también son felices.

Felicidad no es demostrar a todo el mundo que sonríes. Felicidad es inspirar sonrisas a las personas que más quieres. Felicidad es pensar en lo que le hará feliz. Felicidad es sentirte realizada, aunque sea por haber hecho bien una tortilla. Felicidad es amor propio.

Compartir tu vida, es querer. Y yo, te quiero. Y no te comparto con nadie. Porque ni en mi rincón de soledad más oscuro, me has hecho sentir sola. A pesar de que, muchas veces, me he encontrado estando sola y pensando en ti cuando debía ser en mí. Porque yo solo soy contigo. Y porque, cada mañana, me pregunto: ¿cómo puedo hacerte feliz hoy?

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Hay ocasiones en las que te das cuenta de que las oportunidades van y vienen, pero nunca vuelven. Por eso nos pasamos la vida eligiendo entre una cosa u otra. Al fin y al cabo, nosotros mismos somos una sucesión de decisiones que nos han ido transformando en lo que hoy nos hemos convertido. Sí quiero o no quiero; carne o pescado; me levanto o duermo 5 minutos más. Da vértigo pensar que todo lo que hacemos provoca una reacción en cadena que nos presenta ante nuevas decisiones. Como una fila de fichas de dominó. Y de la misma forma que unas decisiones dependen de otras, parece como si aplicáramos la teoría de los juegos en nuestra vida, y de repente nuestras elecciones estuvieran a la espera de las de la gente que nos rodea. Porque hay ocasiones en las que no importa tanto lo que a ti te apetezca, sino lo que queremos hacer teniendo en cuenta lo que harán los demás. Tú primero. Y luego todo lo demás.



Imagina que ese día no llegas a salir 10 minutos antes, porque sí quedaba leche en la nevera y pudiste desayunar tranquilo. No te hubieras cruzado con esa chica especial, con la que compartiste las miradas más intensas de la semana. La que abofeteó a tu mala suerte, y te hizo crecer 10 centímetros aquella mañana. Tocando el cielo. Y por la que tuviste un día excelente, lo que supuso que tu jefe se diera cuenta y te felicitara por tu buen informe. Estabas de tan buen humor que al salir decidiste parar y comprarle un dulce a tu madre, para sacarle una sonrisa. Y llegando a su casa, te convencen para comprar un boleto de lotería que resultaría premiado el fin de semana. ¿Y si los fabricantes de cartones de leche hubiesen decidido hacer tetrabriks más grandes?

No sé si existe el destino. O si las decisiones juegan a tentarnos para que no dejemos pasar las grandes oportunidades que nos ofrece la vida. No sé si estás aquí por elección propia o caprichosa. Ni si quiera sé si decidirás quedarte mucho tiempo. Pero yo, volvería a elegirte. Una y otra vez. De otra forma y otro día. Pero contigo, siempre / donde / quieras.

lunes, 13 de julio de 2015

Me he dado cuenta de que solo hablo del tiempo y de que es mi moneda de cambio para absolutamente todo. Del que me queda y del que he regalado. Y puede que esta sea la razón por la que soy tan tremendamente ordenada con las horas que marcan mis días; o que eso solo sea consecuencia del orden hereditario de mi familia. Contigo me arriesgo a tirar los relojes por la ventana. A perdernos por algún lado y salvar el mundo. En un Chevrolet del 60 y con un pañuelo que vuele a medio camino. Contigo apuesto todas mis fichas. Un all in de tiempo. Acabe bien o mal. Las decisiones que marca el corazón nunca serán, a consecuencia, un error. Puede haber elecciones más o menos acertadas. Pero errores, nunca. Puedes tratar de utilizar la excusa de que la confusión de los primeros meses te hicieron precipitarte, pero jamás podrás negar que lo que en su momento te llenó el alma, algún día terminará en el cajón de las cosas que jamás debiste probar. Porque lo cierto es que esta forma tan intensa de amar es demasiado bonita como para describirla con palabras.

miércoles, 24 de junio de 2015

Sé que por mucho que pase, no podré volver a verte sonreír; y es precisamente esa una de mis mayores penas. Pero también sé que es la angustia por el paso del tiempo, lo que nos hace hablar del tiempo que hace. Conozco las consecuencias de días como estos, así que hoy quiero romper con lo preestablecido y echarte de menos no porque sea un día diferente, sino porque se ha convertido en un añadido más a mi persona. Quiero seguir siendo la que tiene doble alma, la que lleva dos corazones, y la que se encarga de coger tus metas y llevarlas en el bolso, cual complemento, para irlas consiguiendo. Hoy soy feliz por poder decir bien alto que seguimos soplando velas aunque no estés. Para mí, siempre continuarás cumpliendo años, y nosotras los festejaremos. Un hombre cuenta sus historias tantas veces que al final él mismo se convierte en esas historias. Siguen viviendo cuando él ya no está, de esta forma, el hombre se hace inmortal.

lunes, 15 de junio de 2015

Ellas son lo más bonito que ha conocido Madrid; las sesileidis que alegran las noches de la Nuit y los días en Atocha; los cuatro soles que han amenizado estos fabulosos cinco meses en la capital; las resacas mejor acompañadas por un desafinado saxofón en el Reina Sofía, y los primeros nombres que susurrar ante cualquier situación: sean lágrimas o risas. Hoy quiero brindar por el simple hecho de contar con ellas, porque muy pocas personas tienen esta suerte. Independientemente de nuestras diferencias; eso es lo que nos hace ricas. Y quiero agradecerles el haber estado a mi lado, siempre. Dispuestas a una mesa redonda en el Burger King que nunca llegué a conocer; a coger comida prestada de frigoríficos ajenos; a cantar en el metro y avergonzar al que nos rodee; a reírnos; reírnos de nosotras y de lo bien que se nos da ridiculizarnos. Lo valioso de estos meses es que aun estando lejos de casa, el vacío que marca la distancia ha quedado embaucado por amor, cariño, y sobre todo amistad. Me muero de pena. Por tener que compartir con la distancia nuestras aventuras y no tener otro año donde poder comernos la ciudad. Sin embargo, me invade la certeza de que por mucho que nos alejemos o nos perdamos, siempre vamos a volver a nuestro punto de partida en cuanto toque reencontrarse. Y las voy a echar de menos, no porque sin ellas todo vaya a ser más difícil, sino porque con ellas me sentía viva. Feliz. Y les debo la mayor parte de mis sonrisas. Por sacármelas, por cuidarlas. Hoy brindo por el orgullo de poder decir que tengo a las mejores amigas del mundo.

 Qué será de Madrid, sin nosotras cinco

domingo, 24 de mayo de 2015

Ese momento en el que alguien te confiesa que has pasado a formar parte de su círculo vital de necesidades. Cuando las palabras se muestran tímidas y pequeñas, a pesar de que son las más grandes del universo; para decirte que una parte de ti se ha convertido en imprescindible. Supongo que es justo en ese instante en el que te das cuenta de lo infravalorado que está el tiempo. Que quien siga creyendo que es una magnitud física, ya puede ir cambiando de opinión. Porque cada uno maneja y manipula el tiempo a su antojo. Lo aprovecha o lo tira; lo mima o lo desatiende; lo gana o lo pierde. Para los que todavía no han visitado a los relojeros emocionales para preguntarles sobre el verdadero mecanismo de las manecillas que marcan el paso de las horas, me comprometo a explicarles que todos tenemos dos tipos de reloj. El primero, el convencional, con el que se rigen todas las actividades paralelas a lo que hoy les cuento. El que solo conoce de marcas y no viaja de la mano de los golpes de suerte que aceleran el corazón.


Luego está el que vale la pena. En el manual de instrucciones deja bien claro que solo entiende del ahora; porque mañana vete tú a saber: qué seremos o quiénes seremos. El que mide el tiempo en sentimientos y se para cuando el primero sigue caminando; creando así la dicotomía sobre lo real y lo que nosotros percibimos como real. Gracias a él hemos congelado al resto de personas que pasaban a nuestro lado a la salida del metro, para que las despedidas no sean interrumpidas por nadie. Y supongo, que al mismo tiempo, es el único culpable de esas palabras y confesiones que susurras cada noche. Porque en nuestro reloj de pulsera el tiempo ha avanzado a años luz, y hemos perdido la verdadera noción del largo plazo. Se nos hace la boca agua pensando en lo relativamente poco que hemos tardado en correr a esta velocidad. Y de ahí que haya personas que con 12 meses de relación, confiesen que ha sido equivalente a una vida juntos. Aprendamos a utilizar nuestro tiempo como nos apetezca. A dormirlo o excitarlo en mitad de la noche, pero rompiendo con los segundos convencionales.


Supongo que es lo especial que tenemos. Que en dos horas somos capaces de vivir por dos días. O por doscientos.

lunes, 18 de mayo de 2015

Every step I take
Every move I make
Every single day
Everytime I pray
I'll be missing you

sábado, 9 de mayo de 2015

Cuánto me gusta pensar en alguien con la certeza de que, esa persona, también estará pensando en mí en ese momento. Instantes de felicidad; que capturamos en silencio y que duran para toda la vida. Sin saber qué motivos nos habrán llevado a esa conexión mental a distancia, el tiempo ha manipulado de las suyas para que las arenas del reloj se bloqueen si no estamos juntos. Y parecen pactos del destino que los dos hayamos tenido que pasar por tantas casualidades para darnos cuenta de que del mismo modo que nos reíamos de ellas, íbamos juntando las manos. Con o sin diagnóstico determinado, a este vacío se le llama echar de menos. Apurar cualquier tarea para engañarnos y pensar que así las horas pasan antes. Vuelan. Como volamos cada vez que me robas un beso; o lo ganas.


Debates a las 4 de la mañana sobre qué es el amor. Lo poco que el mundo hubiera evolucionado de no estar conectados a esta maquinaria de afecto tan potente, que revoluciona el mundo. Que la ingeniería más compleja es la del circuito de los sentimientos. La única ciencia sin fórmula exacta, pero la que responde a cualquier ecuación. Sin la que podríamos haber avanzado años, pero sin la que no valdría la pena experimentar. Y que hasta los personajes inalcanzables están conectados por la misma debilidad que la nuestra. La de mirarse y derretirse. La del éxtasis emocional cuando pronuncias las palabras mágicas que activan cualquier corazón de este planeta. Reivindico el amor sin vergüenza. Puedo decir que estoy viva y respirar, porque tengo satisfechas todas mis necesidades biológicas; pero uno no está realmente vivo si no siente en sus entrañas ese afecto que llamamos enamoramiento, cariño, aprecio, adoración, respeto hacia el otro. La vida se puede vivir de muchas maneras, yo prefiero vivirla enamorada de alguien o de algo, o de las dos cosas a la vez.

miércoles, 6 de mayo de 2015

miércoles, 29 de abril de 2015

Me gustas cuando te tropiezas con tus propias prohibiciones
Cuando te saltas la línea tabú 
y esperas a que yo me de cuenta.
Cuando utilizas la primera persona del plural de cualquier verbo 
por equivocación
O por errónea equivocación.

Me gustas cuando pierdes el sentido de las palabras 
y solo te quedan besos para hablar en el mismo idioma
Porque es el que mejor se nos da.

Me gustas cuando me miras
Ocultando
Y esperando a que pregunte, 
¿por qué? 
Y que me retes a no perderte de vista en los próximos segundos.

Me gustas cuando gritas en silencio 
¡que te mueres por hacer eterna la noche!
Más alto que los susurros
Y en el fondo estás analizando la lectura más profunda de mis gestos. 




Me gustas en cada una de tus rarezas,
tus contradicciones 
y tus estilos retro.

Me gustas cuando quemas mis sábanas,
sin haberlas tocado
Cuando me haces volar,
sin haberme impulsado

Me gustas cuando valen las excusas
o las mentiras,
cuando se trata de vernos
y no enfrentarnos a la distancia.
Cuando no te quedas con las ganas, 
y te quedas conmigo.

Pero sobre todo,
me gustas
cuando me dices
que te gusta
la forma en la que me gustas.

domingo, 26 de abril de 2015

Con cuántas personas estamos y con qué pocas somos. Lo habré leído unas mil veces. Es como un aviso para que te prepares a ser o no ser. A decidir qué personas merecen conocer tu cabezonería, y quiénes seguirán pensando, durante el resto de sus vidas, que solo eres una sonrisa amable más. No sé si eso se convierte en privilegio o castigo. El caso es que contigo me pasa que se me pasa todo. Que me da igual que no quieras ser, completamente tú, yo contigo siempre soy. De la forma más pura. Aunque ello, en ocasiones, pueda terminar por irritarnos. Porque no hay cosa que más me fastidie que darme cuenta de lo desarmada que estoy ante ti. Y lo sabes. Por eso nos retamos a batallas perdidas durante horas. Porque me haces feliz. Porque sabes sacarme esa sonrisa, que aparece de cualquier forma, por cualquier cosa. De esas que si no es porque las experimentas, parecen innecesarias.


Pero, ¿quién nos dice a nosotros que estamos haciendo las cosas bien? Quién nos asegura que la brevedad de tu visita se nos hará eterna. Que las mañanas más efímeras durarán 25 horas y que los peores días serán como hoy. A qué tienes que aferrarte cuando tienes que saltar del avión y la caída es tan larga. Todas las aventuras y decisiones importantes conllevan ese gran salto de inexperiencia. Ese miedo del que hablamos, por si en el momento de escondernos del golpe, el paracaídas no abre y nos hemos dejado los recursos por el camino. Creo que creer es lo más poderoso que tenemos. Creer en que podemos. O creer en que creemos que podemos. Que lo hagamos como Neruda, sin reflexionar, inconscientemente, irresponsablemente, espontáneamente, involuntariamente, por instinto, por impulso, irracionalmente.

lunes, 20 de abril de 2015

Yo quiero que me quieras como quieras
como inventes y sepas
como menos te duela
y te mate por dentro
como mejor te salga
como el peor secreto
como no puedas querer de nuevo.

Yo quiero que me quieras a tu manera
aunque lo digas poco y lo sientas todo el tiempo
aunque nunca me escribas un poema.

No quiero que me quieras
porque estoy enfermo
sino
porque no tienes más remedio.

Y si no puedes quererme así
de un modo imperfecto
pero inédito
entonces
entonces no me quieras

viernes, 17 de abril de 2015

Estaba pensando en lo bonito que es descubrir. En lo mucho que nos gusta no conocer el detalle y esforzarse por que esa expedición dure lo máximo posible. No sé si por miedo a encontrarnos con algo que nos haga darnos por vencidos, o porque realmente estamos disfrutando. Creo que conocer a nuevas personas es uno de los tesoros menos valorados de la historia. Sin embargo, de los que más nos enriquecen. No todas las personas que entran en nuestras vidas se quedarán en ellas para siempre. Y no todas las personas a las que amamos han firmado un contrato de por vida. Pero tengo la teoría de que cada vez que entregamos ese amor, sea platónico, voraz o romántico, nos sirve para valorar de qué forma hemos querido antiguamente. Nos muestra cómo hemos fracasado y las veces que tentamos a la suerte por no divorciarnos del orgullo. 


Por eso encontrarnos con un nuevo sentimiento bloquea tantas puertas. Porque al mismo tiempo que una llave las abre, se bloquea la cerradura con contraseña. Volver a querer es la forma más humana de superar un desamor. De darnos cuenta de que seguirías queriéndole de por vida, pero ya no de la misma forma. Ni con las mismas ganas. Cada vez que crece la distancia entre nosotros, es una oportunidad nueva de volver a ponerle ganas a la vida, y nos recuperamos con la ilusión de volver a sentir. Es un poco desalentador pensar que algún día ese derroche justificado de amor puede llegar a quedarse en un recuerdo. Y que tantas ganas que le pusimos, al final se convirtieron en un "no pudo ser". Puede que no exista explicación al viaje migratorio de las personas que entran y salen de tu vida. Simplemente vienen y van. Un círculo continuo de amor y pérdida en el que los que ganan, son los inesperados papeles de la vida. O quizás el problema está en que nunca queremos lo suficiente.

viernes, 20 de marzo de 2015

Después de 22 años, he llegado a la conclusión de que en la vida encontramos tres tipos de decisiones. Están las que tomamos a conciencia, las que vomitamos al azar y sin pensar, y las que otros eligen por nosotros. Yo juego a mezclarlas: efecto secundario del miedo a decidir; combino un poco de cada y reduzco la posibilidad de culpa y hasta de caída. Puede que incluso este sea un cuarto tipo de decisión. Pero eso lo dejamos para cuando me decida a reconocerlo.
Las primeras, las atrevidas. Por las que apostamos. Aunque nos haya llevado semanas tomarlas. Pero aceptar que la inconsciencia es la mejor de las opciones ya es de por sí uno de los mayores riesgos. Todo o nada. Pero nos dejamos la piel en defender que nuestras decisiones, las tomamos porque consideramos que nada peor nos podría pasar a partir de ese momento. Como si desapareciéramos del punto de mira de los tópicos supersticiosos, y nos convirtiéramos en un trébol de la buena suerte. Y yo de estas, conozco muchas, aunque luego cayeran en el pozo del arrepentimiento.


Las del azar, las del miedo. Los escudos del acero más oxidable. Las que nos venden en cualquier rastro de Madrid como la mayor reliquia, y al final no son más que un producto chino de buena imitación. Decisiones que ordena nuestra más pura inestabilidad emocional, el impulso de rabia o de felicidad que no contempla repercusiones que lleguen más allá de la noche. Tienen la misma posibilidad de victoria que las anteriores, pero si fracasamos siempre tendremos la excusa de haberlas tomado bajo la presión del momento.
Y las últimas, las tuyas; que vuelves nuestras. Las decisiones que tomaste para romperme los esquemas y unificar nuestras voces en una sola. Quizás las que más duelen, porque juegan con la ventaja de anular mi acción y reacción. Como si me obligaran a dejar de quererte, a levantar un muro de piedra mientras solo me queda material de goma. No llevan mi voz, pero sí mi firma de consentimiento.


Y por esto, me asustan las decisiones. Porque nos arriesgamos a cambiarlo todo. A ganar o perder. Pero al fin y al cabo, no deja de ser un riesgo. Tú siempre vas a ser mi decisión más traicionera. La que me vendó los ojos y me ocultó el doble sentido del camino que tomaste por los dos. La repercusión más devastadora y la aventura inefable que me costó cinco meses de inseguridad. Hoy decido yo por los dos, por cerrar el círculo vicioso. Mi arte siempre fue nuestro amor, pese lo que pesen las minúsculas opciones que me dejaste para elegir.

viernes, 27 de febrero de 2015

¿No les da miedo lo rápido que pasa el tiempo? La cantidad de recuerdos que somos capaces de almacenar en unos minutos: una mirada o un roce de mejilla pueden ocupar lo mismo que dos semanas encerrada. Y es tan efímero. A mí por eso me gusta ir archivándolo todo en una libreta y añadir las anotaciones sobre lo último que recordamos de cada noche. Nos hemos esforzado por mantenerlos, cuidándolos por encima de nuestras posibilidades para que sirvieran de base a lo que, en un futuro, se nos pueda olvidar. Pero fíjate, ¿y todo lo que etiquetamos al dorso de esos recuerdos? Un olor, el sonido de su voz, el roce de sus zapatos por el pasillo de casa, identificando su estado de ánimo en función de la rapidez con la que un pie procedía a otro, se me ha ido olvidando. Se me deshace de entre los dedos y pasa a convertirse en un deseo incontrolable de retroceder en el tiempo; y no para aprovecharlo de una forma diferente, sino para robar un poco de ti y guardarlo conmigo. 


Al principio, aceptar que cada minuto suma, al compás en el que tú te alejas, es fácil de asumir. Es como entrar en guerra con una coraza. No importan los golpes más fuertes si no eres consciente de ellos.

Pero no es tan sencillo. El miedo es aquello que sientes cuando te das cuenta de que tienes algo que hacer. Sí, esa incomodidad de orgullo y la respiración entrecortada. Esos somos nosotros, tú, yo y ellos. Todos; cuando nos damos cuenta de que a la próxima, tengo que arrancarle una última sonrisa. Pero no para disfrutarla hoy, para mañana. Y para todas los próximos días en los que me dé cuenta de que no estás. Y no te hablo de ser atrevidos, ni de lanzarnos a decir cómo nos sentimos sin escondernos. Eso lo dejo para cuando todavía no tenga que aferrarme a una fotografía para poder hablar.

martes, 3 de febrero de 2015

Vuelvo. Vuelvo para quedarme. Y oficialmente veo como la ciudad más mágica de toda Europa se destiñe y desaparece por la ventana del tren. Nadie te cuenta esta parte. Nadie te habla de lo duro que se hace cambiar el chip de un día para otro y tener que decir adiós a personas con las que has compartido más memorias de las que eres capaz de recordar. Y yo tampoco lo voy a contar. Y no porque no tenga el alma inundada en lágrimas, sino porque creo que la felicidad que estos últimos meses me han aportado merece muchísimo más la pena. He recibido más amor del que nunca seré capaz de entregar. Me he dado cuenta de lo valioso que es poder sacarte una sonrisa por ti misma, sin depender de segundas miradas. Sin tener que excusarte en que no eres lo suficientemente fuerte como para afrontar un pasado y un futuro sin sus muletas. Hoy soy una persona diferente. Tengo el corazón dividido en nacionalidades y los ojos empañados en mil formas de ver la vida. De amar la vida. De aprovechar los minutos del día. Y doy las gracias por haberme lanzado a esta aventura; porque he conocido a gente maravillosa. De esas personas que incluso con sus rarezas tienen algo que enseñarte, porque no hubo día en el que no sembraran una pequeña semilla de lo que hoy es un jardín inmenso.


Han sido los 153 días más especiales de toda mi vida. Los que han provocado más sonrisas, y los que han dado el mayor vuelco al corazón. No tengo palabras, de verdad, para expresar la felicidad con la que recuerdo todos y cada uno de nuestros días allí. No me puedo creer que haya sido capaz de tocar el cielo con tan solo un impulso sobre dos ruedas. Y el miedo que me daba al llegar; y lo poco que tardé en acostumbrarme. He besado por primera y última vez. He sido de todos los rincones del mundo al mismo tiempo y me he dado cuenta de lo especiales que somos. De lo muchísimo que podemos aprender del otro con tan solo una conversación; copiando costumbres y probando nuevos sabores. Convivir con distintas formas de tomar el café por las mañanas, levantarme como si fuéramos a comernos el mundo y brindar por y con las sonrisas más sinceras. Gracias por esta experiencia. Por haber conocido a mi alma gemela, y llevarla siempre de la mano. Por las personas que me sacaron un "me gusta mucho estar contigo", y por las que supieron acelerar mis días malos. Hay ocasiones en las que un par de meses son suficientes para robarte el corazón. Aunque al principio nos tratáramos de convencer de que se pasaría rápido; solo por el miedo que nos provocaba saltar a un precipicio con indicaciones en un idioma desconocido, y sin confiar del todo en los pasajeros que se sumaban a la aventura. Y de ahí siempre la incapacidad del ser humano para arriesgarse en los viajes más difíciles, para querer a ciegas y a primeras. Y yo quise con venda y sin cambios de marcha, sin arrepentimientos. Porque incluso de las malas decisiones supimos sacar el lado bueno de las cosas. Uno siempre vuelve a los lugares donde encontró la felicidad. Nos vemos pronto.

sábado, 24 de enero de 2015

Hoy he leído que lo que duele no es el dolor.  Lo que duele es conocer un vivo menos, la ausencia y no saber volverlo a intentar. Y fueron de esas lecturas que de no ser por el desorden con el que me he levantado, no habría pensado que en cada frase mi nombre estaba escrito en un segundo plano. Pero lo cierto es que mi despertador hoy sonó diferente. Cómo de orgullosos pueden ser los que nos hayan dado este guion, que se niegan a reconocer que podemos cambiar de acto si a nosotros nos apetece; porque dejó de gustarme mi papel y ahora quiero interpretar uno de verdad. A lo que iba. Esto que me duele, esto que me lleva persiguiendo más días de los que me voy a permitir escribir, no es el dolor. Es esa sensación de que algo me falta. Y no es el aire. Tampoco es el tiempo; porque aunque desaparezca antes de que hayamos aprendido a disfrutarlo, siempre vendrán nuevos que nos enseñarán a caminar a su ritmo. No son las ganas. Y tampoco la ilusión.


Son los recuerdos. Eso me falta. Que estoy cansada de los mismos. Sin caducidad ni renovación. Nunca dejan de aparecer, pero ¿dónde pido cita para crear unos nuevos? Para tener más variedad, y no recurrir siempre a las mismas ayudas. Tantos que hasta incluso unos olvidan a otros; de esos que se van amontonando. Para un día revisarlos uno por uno, y sorprendernos con las sutilezas con las que nos divertíamos durante tantas horas. Al final, lo que nos queda de una relación, un viaje o una noche son los momentos. Y no de los que se capturan en fotos. Porque de estos recuerdos que te hablo, no hubo tiempo para enfocar. Ni si quiera llegamos a sacar la cámara del cajón, porque preferimos mantener la mente ocupada en absorbernos con la mirada. Y es que antes de decirte adiós quiero que nunca llegues a sentirte como yo. Quiero poner el último sello de tu pasaporte. Quiero ser la última canción que escuches en el mismo bar de los viernes, y el candado más desgastado de toda Holanda. 

Pero por encima de todo, quiero dejar de sentir esto que duele. Que no es dolor.

viernes, 9 de enero de 2015

Las revoluciones que surgen en la calle son las que menos duelen. Las guerras de fuego están para asustarnos, para evitar que los verdaderos terremotos arranquen vidas. Mi revolución, la tuya y la suya. La interna. La que provocamos con un choque de sentimientos. Las batallas anónimas, sin cargar con munición ni gastar gasolina en tanques, son las que duelen. Que aparecen de la nada, como una canción aleatoria. Inesperada. Cuando te hieren en el punto vulnerable más escondido; cuando no puedes ni hablar por miedo a reflejar tu debilidad en sus ojos de pena. Por miedo a que se dé cuenta de que te tiemblan los labios; y que tu sonrisa camufla una almohada empapada en lágrimas. Entretienes la defensa con telarañas, para evitar otro ataque. Para evitar volver a escuchar lo que por dentro de ti comienza a arder. Para alejar la idea de que el nombre más tecleado en tu ordenador, está a punto de cavar trincheras en los últimos capítulos de vuestra historia.


Llegué a llamarte caballero, soldado. Llegué a pensar que no tenía la cabeza como para hacerte creer que no me importabas. Que un día me tocaría reconocer. Y lo hago hoy. Seguramente ahora ni estarás pensando en qué será de mí. Qué me confunde y qué no me deja dormir. Qué hay de más en mi agenda para evitar pensar que no hay casualidades que se hayan interpuesto entre nuestros bandos. Fuimos nosotros y mi pequeña obsesión por siempre atormentar los sentimientos primerizos. Y que si no era amor, era vicio. Porque jamás una boca me hizo regresar tantas veces por un beso. Tantas y a oscuras. Entrelazando copas o sin ellas. Dentro o fuera. En las camas en llamas o en las vacías. Porque preferiste alegrarme el corazón y no la piel. Y porque ahora, la destruyes. Pero hasta los últimos bombardeos quedan reflejados. Por lo que un día compartimos.


A ti, te reconozco, que aunque nunca fuimos nada, siempre hubo algo entre nosotros. A ti, gracias por hacerme sentir que era capaz de volver a sentir