Inspiration

viernes, 27 de febrero de 2015

¿No les da miedo lo rápido que pasa el tiempo? La cantidad de recuerdos que somos capaces de almacenar en unos minutos: una mirada o un roce de mejilla pueden ocupar lo mismo que dos semanas encerrada. Y es tan efímero. A mí por eso me gusta ir archivándolo todo en una libreta y añadir las anotaciones sobre lo último que recordamos de cada noche. Nos hemos esforzado por mantenerlos, cuidándolos por encima de nuestras posibilidades para que sirvieran de base a lo que, en un futuro, se nos pueda olvidar. Pero fíjate, ¿y todo lo que etiquetamos al dorso de esos recuerdos? Un olor, el sonido de su voz, el roce de sus zapatos por el pasillo de casa, identificando su estado de ánimo en función de la rapidez con la que un pie procedía a otro, se me ha ido olvidando. Se me deshace de entre los dedos y pasa a convertirse en un deseo incontrolable de retroceder en el tiempo; y no para aprovecharlo de una forma diferente, sino para robar un poco de ti y guardarlo conmigo. 


Al principio, aceptar que cada minuto suma, al compás en el que tú te alejas, es fácil de asumir. Es como entrar en guerra con una coraza. No importan los golpes más fuertes si no eres consciente de ellos.

Pero no es tan sencillo. El miedo es aquello que sientes cuando te das cuenta de que tienes algo que hacer. Sí, esa incomodidad de orgullo y la respiración entrecortada. Esos somos nosotros, tú, yo y ellos. Todos; cuando nos damos cuenta de que a la próxima, tengo que arrancarle una última sonrisa. Pero no para disfrutarla hoy, para mañana. Y para todas los próximos días en los que me dé cuenta de que no estás. Y no te hablo de ser atrevidos, ni de lanzarnos a decir cómo nos sentimos sin escondernos. Eso lo dejo para cuando todavía no tenga que aferrarme a una fotografía para poder hablar.

martes, 3 de febrero de 2015

Vuelvo. Vuelvo para quedarme. Y oficialmente veo como la ciudad más mágica de toda Europa se destiñe y desaparece por la ventana del tren. Nadie te cuenta esta parte. Nadie te habla de lo duro que se hace cambiar el chip de un día para otro y tener que decir adiós a personas con las que has compartido más memorias de las que eres capaz de recordar. Y yo tampoco lo voy a contar. Y no porque no tenga el alma inundada en lágrimas, sino porque creo que la felicidad que estos últimos meses me han aportado merece muchísimo más la pena. He recibido más amor del que nunca seré capaz de entregar. Me he dado cuenta de lo valioso que es poder sacarte una sonrisa por ti misma, sin depender de segundas miradas. Sin tener que excusarte en que no eres lo suficientemente fuerte como para afrontar un pasado y un futuro sin sus muletas. Hoy soy una persona diferente. Tengo el corazón dividido en nacionalidades y los ojos empañados en mil formas de ver la vida. De amar la vida. De aprovechar los minutos del día. Y doy las gracias por haberme lanzado a esta aventura; porque he conocido a gente maravillosa. De esas personas que incluso con sus rarezas tienen algo que enseñarte, porque no hubo día en el que no sembraran una pequeña semilla de lo que hoy es un jardín inmenso.


Han sido los 153 días más especiales de toda mi vida. Los que han provocado más sonrisas, y los que han dado el mayor vuelco al corazón. No tengo palabras, de verdad, para expresar la felicidad con la que recuerdo todos y cada uno de nuestros días allí. No me puedo creer que haya sido capaz de tocar el cielo con tan solo un impulso sobre dos ruedas. Y el miedo que me daba al llegar; y lo poco que tardé en acostumbrarme. He besado por primera y última vez. He sido de todos los rincones del mundo al mismo tiempo y me he dado cuenta de lo especiales que somos. De lo muchísimo que podemos aprender del otro con tan solo una conversación; copiando costumbres y probando nuevos sabores. Convivir con distintas formas de tomar el café por las mañanas, levantarme como si fuéramos a comernos el mundo y brindar por y con las sonrisas más sinceras. Gracias por esta experiencia. Por haber conocido a mi alma gemela, y llevarla siempre de la mano. Por las personas que me sacaron un "me gusta mucho estar contigo", y por las que supieron acelerar mis días malos. Hay ocasiones en las que un par de meses son suficientes para robarte el corazón. Aunque al principio nos tratáramos de convencer de que se pasaría rápido; solo por el miedo que nos provocaba saltar a un precipicio con indicaciones en un idioma desconocido, y sin confiar del todo en los pasajeros que se sumaban a la aventura. Y de ahí siempre la incapacidad del ser humano para arriesgarse en los viajes más difíciles, para querer a ciegas y a primeras. Y yo quise con venda y sin cambios de marcha, sin arrepentimientos. Porque incluso de las malas decisiones supimos sacar el lado bueno de las cosas. Uno siempre vuelve a los lugares donde encontró la felicidad. Nos vemos pronto.