Inspiration

viernes, 9 de septiembre de 2016

Qué has hecho con nosotros. No conmigo, sino con nosotros. Porque yo dejé de sumar sobre mí mismo en el momento en el que me multiplicaste con tu mirada.

Qué has hecho con nosotros, que ya no necesitamos el norte o el sur para encontrarnos. No necesitamos ubicaciones para vernos en cada puta esquina de esta ciudad.

Qué has hecho con nosotros. Que nos hemos convertido en la paradoja de todas las casualidades y en los retales de todos los corazones rotos que han pasado por nuestras vidas.

Y ahora, si no vuelves.

Dime.

Qué hago con nosotros.


lunes, 13 de junio de 2016

Superhéroes anónimos

La vida son momentos. La vida es todo lo que quepa en un recuerdo, y nosotros, los retales de fotografías de época. Y, ¿cuánto dura un momento? Cuántos momentos caben en una vida, y cuántas vidas somos capaces de vivir en un momento. Hay ocasiones en las que creemos vivir una vida, y sin embargo estamos reviviendo a las de nuestro alrededor; lo que, indirectamente nos convierte en ¿superhéroes?

Lunes. 8:00 de la mañana. El autobús que sale del Reina Sofía nunca es puntual. Le gusta retar a los relojes de las caras cansadas, que se resguardan del frío bajo la marquesina. Y aquella mañana, hacía un viento horrible. Por eso Alex decidió ser uno más bajo aquel techo de cristal, aunque le supusiera llegar 10 minutos tarde a la oficina.

Se había sentado en la primera fila tras el espacio reservado para minusválidos. Le gustaba ese asiento, porque podía mirar de forma descarada a quien llegara, y no tener que sentirse culpable por ello. Tenía el poder. Y de esa forma, como si fuera a ser la última vez que sus ojos le regalaban el lujo de observar tal belleza, la vio retirarse el mechón de pelo de la cara; mientras guardaba el abono mensual de transportes en el bolso. Ella se percató.

Le atacaron los nervios al estómago en cuanto su cerebro contempló la idea de acercarse a ella. De conocerla. De saber si va triste o contenta a donde sea que la lleve aquel autobús de Madrid. Julia sintió un respingo en cuanto pensó en la posibilidad que él pudiera levantarse hacia donde ella esperaba. Y así se lo imaginó:

- Perdona, ¿te he pisado?

- No importa.

- Soy Carlos.

-Yo Julia.

- ¿A dónde vas? - se interesó él.

-Trabajo a las afueras. En la secretaría de una escuela de idiomas. ¿Y tú?

- Llevo la contabilidad de una agencia de publicidad.

- Vaya…, ¡qué interesante!

- ¿Te apetece que nos tomemos unas cervezas esta noche? - él sonrió de lado. Y ella le imitó.

- ¡Claro! Apunta mi número.

El conductor frenó bruscamente. Ella volvió a la realidad y él se dio cuenta de que era su parada. Se levantó y la miró; como si se despidieran. De camino a la oficina, recreó la conversación que habían mantenido, según su imaginación, hacia solo un par de minutos:

- Perdona, ¿tienes hora?

- Sí, son las 8:15.

- Vaya, llego tarde… -la mira de reojo- Soy Alex.

- Yo María, encantada. ¿Vas muy lejos?

- No…, trabajo en un bufete de abogados cerca de Plaza Elíptica, ¿tú?

- En una agencia de fotografía –vuelve a retirarse un mechón de pelo de la cara- ¿Quieres que nos tomemos algo esta noche?

- Iba a proponerte lo mismo- se intercambiaron tarjetas como quien cruza una mirada. Fácil, sin remordimientos. Sin esperas ni tradiciones amorosas.

Y eso es lo que duró un momento para ellos. Cinco canciones de Andrés Suárez y seis paradas del E1. Habían vivido una vida de sensaciones en un momento. Ella sintió que aquella mañana le sonreía. Él había sido su superhéroe, y ni siquiera lo sabía.

Por todas esas personas que, sin darse cuenta, se convierten en los únicos salvadores de tu mundo. Con una mirada o una sonrisa gratuita. Sin poderes y bajo el anonimato de un guiño de esperanza.

sábado, 11 de junio de 2016

Te marchaste sin levantar sospecha. Y yo me quedé con la sensación de que no te volvería a ver marchar. Me miraste como solo miran las personas que saben hablar con la mirada. Y yo te miré como solo miran las personas que saben interpretar esos gestos. Te juro que no sé si me gustó más tu forma de hablar o de callar, porque de las dos formas me regalaste declaraciones a gritos. Sabemos perfectamente lo que nos apetece hacer, pero también que haremos justo lo contrario. Como dos amantes que dejan de caer en la tentación pero prometen no olvidarse nunca.

Y nunca se irán las ganas de verte y tirarte al suelo.

Amor, se te olvidó sobre la mesa la última caricia que nos dimos. Así que vas a tener que volver.


jueves, 10 de marzo de 2016

"Cada persona que pasa por nuestra vida es única. Siempre deja un poco de sí, y se lleva un poco de nosotros. Habrá los que se llevarán mucho, pero no habrá de los que no nos dejarán nada. Esta es la prueba evidente de que dos almas no se encuentran por casualidad" - J. L. Borges. Causalidad y no casualidad. Es la manera más bonita de hacer que dos personas se vuelvan a ver. Retrasar o adelantar la hora de salida, para que nuestros relojes se pongan de acuerdo y coger el mismo metro, sentarse en el mismo vagón y compartir los mismos minutos de espera entre estación y estación.

Causalidad, que no casualidad. Que te busque con la mirada. Que hayas provocado que me guste que me cuentes esas historias. Ajenas. Para todo el mundo. Menos para mí. Y que no tenga ganas de volver a casa si no es porque compartimos camino.

Es la causa de tu efecto que quiera ser la aguja que marca la hora punta en tu reloj. Para que nunca llegues tarde a nuestra cita elocuente y pueda parar tu tiempo cuando se trata de compartirlo. Mirarnos con la perspectiva que no tengo, y descubrir si tus ojos miran a mis labios cuando hablo. O cuando sonrío.

Causalidad y no casualidad porque haces y deshaces, a tu antojo. Porque me haces y me deshaces. Me haces cuando me miras y me deshaces en la esquina en la que se separan nuestros caminos. Sin que lo sepas. Sin que lo sospeches. Eres mi causalidad más bonita.

viernes, 22 de enero de 2016


“Es como la pescadilla que se muerde la cola” Las personas mayores dicen mucho esto. Como si no fuera suficiente asumir la derrota o la recaída, siempre llega alguien que tiene que soltar ese comentario sin morbo. Y sí. Lo reconozco. Lo he vuelto a hacer. He vuelto a sacarte de quicio, a romperte los esquemas y a serte infiel con mi orgullo. Perdona. Una vez más, perdona.
El que calla, otorga. Y el que perdona, olvida. Olvida, porque esa declaración de nuevas oportunidades, lleva intrínseco que, si decides perdonarme, es porque no volverás a hacer uso de los reproches y los recordatorios con alarma. Y no te hablo de borrón y cuenta nueva, no. Te digo que simplemente rompas los calendarios y las páginas escritas, y hagas como si fuera la primera vez. No la segunda, ni la próxima, ni una última oportunidad. No sé qué gusanillo nos picará para que seamos tan incapaces de perdonar. PERDONAR.
En mayúscula. PERDONAR. Hoy y ahora. Es como decir: “te dejo que vuelvas a ser humano, que te equivoques”. Desde que somos pequeños, nos han enseñado que en la vida todo se aprende a base de errores. Baches en el camino, ante los que debemos crecernos, para que la debilidad no llame a la puerta y se siente en nuestro salón. Entonces, ¿qué te pasa? Qué es lo que no te deja ser adulto con teorías infantiles, y reconocer: sí, te perdono.
Te da miedo. Lo he hablado con tus ojos cientos de veces. Me han dicho, de mil formas distintas, que no saben qué hacer sin mí. Y que les abruma la idea de que llegue el día en el que no sepas perdonar. El miedo, en realidad, es un mecanismo de defensa hacia los cambios. Pero yo te digo que no te defiendas, amor. No te voy a atacar.
Pero perdóname. Hazlo a ciegas. Como si fuera una declaración de amor. Nos hace fuertes. Nos hace crecer y aceptar que, igual que una vez nos perdonaron, nosotros también debemos tener esa valía. Confianza sobrenatural, que indica que no importa cuánto tiempo tardes en dejar de ser humano.
Yo voy a quererte hasta cuando menos lo merezcas.