Inspiration

viernes, 20 de marzo de 2015

Después de 22 años, he llegado a la conclusión de que en la vida encontramos tres tipos de decisiones. Están las que tomamos a conciencia, las que vomitamos al azar y sin pensar, y las que otros eligen por nosotros. Yo juego a mezclarlas: efecto secundario del miedo a decidir; combino un poco de cada y reduzco la posibilidad de culpa y hasta de caída. Puede que incluso este sea un cuarto tipo de decisión. Pero eso lo dejamos para cuando me decida a reconocerlo.
Las primeras, las atrevidas. Por las que apostamos. Aunque nos haya llevado semanas tomarlas. Pero aceptar que la inconsciencia es la mejor de las opciones ya es de por sí uno de los mayores riesgos. Todo o nada. Pero nos dejamos la piel en defender que nuestras decisiones, las tomamos porque consideramos que nada peor nos podría pasar a partir de ese momento. Como si desapareciéramos del punto de mira de los tópicos supersticiosos, y nos convirtiéramos en un trébol de la buena suerte. Y yo de estas, conozco muchas, aunque luego cayeran en el pozo del arrepentimiento.


Las del azar, las del miedo. Los escudos del acero más oxidable. Las que nos venden en cualquier rastro de Madrid como la mayor reliquia, y al final no son más que un producto chino de buena imitación. Decisiones que ordena nuestra más pura inestabilidad emocional, el impulso de rabia o de felicidad que no contempla repercusiones que lleguen más allá de la noche. Tienen la misma posibilidad de victoria que las anteriores, pero si fracasamos siempre tendremos la excusa de haberlas tomado bajo la presión del momento.
Y las últimas, las tuyas; que vuelves nuestras. Las decisiones que tomaste para romperme los esquemas y unificar nuestras voces en una sola. Quizás las que más duelen, porque juegan con la ventaja de anular mi acción y reacción. Como si me obligaran a dejar de quererte, a levantar un muro de piedra mientras solo me queda material de goma. No llevan mi voz, pero sí mi firma de consentimiento.


Y por esto, me asustan las decisiones. Porque nos arriesgamos a cambiarlo todo. A ganar o perder. Pero al fin y al cabo, no deja de ser un riesgo. Tú siempre vas a ser mi decisión más traicionera. La que me vendó los ojos y me ocultó el doble sentido del camino que tomaste por los dos. La repercusión más devastadora y la aventura inefable que me costó cinco meses de inseguridad. Hoy decido yo por los dos, por cerrar el círculo vicioso. Mi arte siempre fue nuestro amor, pese lo que pesen las minúsculas opciones que me dejaste para elegir.

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