Inspiration

viernes, 17 de abril de 2015

Estaba pensando en lo bonito que es descubrir. En lo mucho que nos gusta no conocer el detalle y esforzarse por que esa expedición dure lo máximo posible. No sé si por miedo a encontrarnos con algo que nos haga darnos por vencidos, o porque realmente estamos disfrutando. Creo que conocer a nuevas personas es uno de los tesoros menos valorados de la historia. Sin embargo, de los que más nos enriquecen. No todas las personas que entran en nuestras vidas se quedarán en ellas para siempre. Y no todas las personas a las que amamos han firmado un contrato de por vida. Pero tengo la teoría de que cada vez que entregamos ese amor, sea platónico, voraz o romántico, nos sirve para valorar de qué forma hemos querido antiguamente. Nos muestra cómo hemos fracasado y las veces que tentamos a la suerte por no divorciarnos del orgullo. 


Por eso encontrarnos con un nuevo sentimiento bloquea tantas puertas. Porque al mismo tiempo que una llave las abre, se bloquea la cerradura con contraseña. Volver a querer es la forma más humana de superar un desamor. De darnos cuenta de que seguirías queriéndole de por vida, pero ya no de la misma forma. Ni con las mismas ganas. Cada vez que crece la distancia entre nosotros, es una oportunidad nueva de volver a ponerle ganas a la vida, y nos recuperamos con la ilusión de volver a sentir. Es un poco desalentador pensar que algún día ese derroche justificado de amor puede llegar a quedarse en un recuerdo. Y que tantas ganas que le pusimos, al final se convirtieron en un "no pudo ser". Puede que no exista explicación al viaje migratorio de las personas que entran y salen de tu vida. Simplemente vienen y van. Un círculo continuo de amor y pérdida en el que los que ganan, son los inesperados papeles de la vida. O quizás el problema está en que nunca queremos lo suficiente.

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