Inspiration

domingo, 24 de mayo de 2015

Ese momento en el que alguien te confiesa que has pasado a formar parte de su círculo vital de necesidades. Cuando las palabras se muestran tímidas y pequeñas, a pesar de que son las más grandes del universo; para decirte que una parte de ti se ha convertido en imprescindible. Supongo que es justo en ese instante en el que te das cuenta de lo infravalorado que está el tiempo. Que quien siga creyendo que es una magnitud física, ya puede ir cambiando de opinión. Porque cada uno maneja y manipula el tiempo a su antojo. Lo aprovecha o lo tira; lo mima o lo desatiende; lo gana o lo pierde. Para los que todavía no han visitado a los relojeros emocionales para preguntarles sobre el verdadero mecanismo de las manecillas que marcan el paso de las horas, me comprometo a explicarles que todos tenemos dos tipos de reloj. El primero, el convencional, con el que se rigen todas las actividades paralelas a lo que hoy les cuento. El que solo conoce de marcas y no viaja de la mano de los golpes de suerte que aceleran el corazón.


Luego está el que vale la pena. En el manual de instrucciones deja bien claro que solo entiende del ahora; porque mañana vete tú a saber: qué seremos o quiénes seremos. El que mide el tiempo en sentimientos y se para cuando el primero sigue caminando; creando así la dicotomía sobre lo real y lo que nosotros percibimos como real. Gracias a él hemos congelado al resto de personas que pasaban a nuestro lado a la salida del metro, para que las despedidas no sean interrumpidas por nadie. Y supongo, que al mismo tiempo, es el único culpable de esas palabras y confesiones que susurras cada noche. Porque en nuestro reloj de pulsera el tiempo ha avanzado a años luz, y hemos perdido la verdadera noción del largo plazo. Se nos hace la boca agua pensando en lo relativamente poco que hemos tardado en correr a esta velocidad. Y de ahí que haya personas que con 12 meses de relación, confiesen que ha sido equivalente a una vida juntos. Aprendamos a utilizar nuestro tiempo como nos apetezca. A dormirlo o excitarlo en mitad de la noche, pero rompiendo con los segundos convencionales.


Supongo que es lo especial que tenemos. Que en dos horas somos capaces de vivir por dos días. O por doscientos.

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